Frente al mosaico de un viejo edificio que un día fue moderno, se encuentra pensando de forma agobiada si debería migrar ahora mismo, la próxima semana o estirar la voluntad para resistir unos meses más. Siempre que piensa en esto lo hace con la agotada esperanza, que apenas se deja entrever en la mirada, de que las condiciones en el país mejoren para evitar dejarlo todo. Pero no van a mejorar, al menos no pronto, lo que incrementa su sensación de no poder más… aunque quiera, aunque duela.
Aquí está todo, los recuerdos, la nostalgia de una vida cultural que un día tuvo vida, los fragmentos de mosaicos caídos por toda la ciudad, entre otros placeres que se viven de maneras clandestinas. Lo que casi no queda es gente conocida. Mira a un lado, mira al otro, camina por las calles y encuentra las casas mal-tenidas al lado de los grandes edificios nuevos y modernos y vacíos, camina y camina mientras respira más aire contaminado de los incendios que también se comen al país como una crisis más y, en medio de todo eso, las cosas persisten – mal-tenidas- pero las personas ya no. Su familia, ahora atomizada en diferentes países de América Latina, Norte América y Europa, se asemejan a la fragmentación de los mosaicos que un día estuvieron unidos.
Los amigos y amigas ahora son un chat, pero, a veces, al cerrar los ojos, vuelven a estar aquí a su lado, y de una forma que no conoce de fronteras, vienen a abrazarle, a darle las fuerzas que ya no tiene y escucha con el timbre alegre de sus voces “tú puedes, chamx”. Lo cierto es que no están, y a veces esta persona tampoco. Entre la añoranza de un lugar mejor y de reencontrarse con quienes ya se fueron, vuelve a ver los fragmentos de mosaicos en un viejo edificio de su universidad y se extraña; se extraña siendo en sus mejores momentos, la verdad es que no quiere dejar esto atrás, es su vida, la única que conoce y se esforzó mucho por tenerla.
Ha de migrar, ya lo ha decidido, no sabe cómo, pero sí que debe ser pronto. Tampoco sabe si sus sueños son los únicos que podrán tomar un vuelo hacia el nuevo país mientras tiene que atravesar una selva mágica y cruel, tanto por su belleza como por el paso de los animales invasores, hablo de esos de cuatro patas y los de dos, lo que se creen superiores a las demás especies. Todos sabemos que la selva acoge, pero también mata, es tramposa, juega y nos gana.
Despierta a las dos de la mañana porque llegaron los animales de dos patas gritando y pateando, quieren cobrarles más por el trato de ayudarle a pasar hacia una mejor vida y se da cuenta de que no estaba ni al frente de los mosaicos de su ciudad y ni debatiendo si debía irse o no. Ya estaba yendo. También cae en cuenta que hoy apenas se ha comido un trozo de pan con moho y tiene sed, pero eso ahora no importa. Los animales armados con fusiles están exigiendo más, de manera que la sed y el hambre han de esperar hasta el alba a ver qué traerá el nuevo día. Ha de llamar a sus familiares en el cono sur para que envíen más recursos o su vida estará en grave peligro.
La plata llega unas horas más tarde a las manos que la exigen, lo que incrementa su deuda que deberá empezar a pagar tan pronto como se integre en el nuevo país. Y ya hace sol y la nota que postergó a la media noche ahora es más ruidosa a pleno sol del inicio de la tarde. Tiene sed. Y el agotamiento y la sensación de querer tener unas cuantas gotas en su boca ni siquiera le dejan pensar en qué sería tragar un trozo de alimento. Se imaginó que el tránsito iba a ser fácil como lo había leído en comentarios de Tik Tok, pero se equivocó. Las condiciones climáticas empeoran a la par que empeora su capacidad de enfrentarlas.
Durante estas semanas todo tipo de emociones ha llegado a sentir, excepto sentirse en paz, en armonía, en ecuanimidad. Por el contrario, ha sido una guerra desde las tripas en adelante. ¿Sabe de qué hablo, no?, de sentirse sin piso; dando vueltas sin sentido; con el corazón palpitando en la lengua; con las piernas tiritando, a veces de miedo, a veces de frío, a veces del cansancio. Esa bolsa profunda de sensaciones cuando se pierde el control, aunque no hayamos querido perderlo. Pero todo ahora está perdido, sigues en la selva dando vueltas, lo sabemos, esperamos verte pronto, aquí te estamos esperando, hay agua caliente y cobijas para los cambios de clima. También abrazos pintados de colores que quieren rodearte.
― Cuento de Fernanda Bedoya, directora de El Derecho a No Obedecer