Por Suad Morad, directora de Redes en Latinoamérica de El Derecho a No Obedecer.
En este viaje a pie de la vida y el activismo, camino individual y colectivo por la lucha contra las realidades injustas, la tentación de señalar únicamente hacia afuera es constante y comprensible, más no justificable. Todxs, en algún momento, hemos tenido el deseo de cambiar el mundo, de enfrentar las injusticias con valor y determinación. Sin embargo, antes de alzar la voz, deberíamos realizar un ejercicio valiente: mirarnos a nosotrxs mismxs con un lente crítico y compasivo, vernos al espejo y reconocer qué tanto de eso que señalamos hacia afuera, nos atraviesa, y por ende, sostenemos desde la cotidianidad.
Fernando González, el brujo de Otraparte, nos invita a conocernos en su libro Viaje a Pie, a recorrer este camino buscando aprender de los ciclos de la vida, evidenciando cómo estos se relacionan con nuestro espíritu, con nuestro ser más profundo. Nos recuerda que el verdadero cambio social comienza en el interior de cada persona, en la de aquella que se atreva a atisbar en su interior con delicadeza.
Decía el maestro sobre sí mismo:
“Todo depende del ánimo”, nos dijo una de estas viejas al preguntarle si llegaríamos a La Ceja. ¡Qué frase tan llena!
Desarrollamos la idea de la anciana en la siguiente forma:
Los que triunfan, lo deben a una creencia arraigada, generalmente a la creencia en sí mismos. Son fracasados los que no han creído en algo que les sirviera de columna vertebral para desarrollar su personalidad; algunos, muy interesantes, por cierto, creyeron fuertemente, pero la creencia se desvanecía para ser reemplazada. Estos son aquellos de quienes se dice: “Eran muy inteligentes y nada han realizado; ¡qué inexplicable!”.
He aquí un joven de facultades mediocres; pero, ¡qué hermoso porvenir el suyo! Está hinchado de egoencia como un sapo bravo. Cree en sí mismo con una convicción jesuítica. Y es constante en el amor a sí mismo, como tu estúpido amante a ti, grácil Julia. Claro que ama su labor, pues si ama su persona, no se cansa en su trabajo. Este es malo hoy, pero mañana o después, ¿quién será capaz de igualarlo? El mundo lo buscará, lo necesitará. Este jovenzuelo chilla como una virgen, y al fin, todos miran y lo perciben y acaban por creer lo mismo que él: en la enorme joroba de su egoencia.
Hay que curar al fracasado, haciéndole creer en sus fuerzas, en su importancia. Los educadores (y todos lo somos, ya del niño, ya del amigo enfermo, ya del prójimo decaído) deben hacer nacer o renacer la fe en las fuerzas propias”.
― Viaje a Pie
Para mí, este proceso al que nos invita el maestro no se limita a una observación superficial, sino que implica adentrarse en nuestra psique, explorar nuestras motivaciones más profundas y confrontar a nuestra sombra, esa misma que proyecta hacia afuera lo que no soy capaz de reconocer en mí. Es aquí donde encuentro similitudes con la psicología de Carl Gustav Jung y su teoría del inconsciente colectivo: cada unx de nosotrxs alberga una compleja interacción de personajes arquetípicos, masculinos y femeninos, con unas cargas altísimas culturales, emocionales y ancestrales, conscientes e inconscientes, que moldean la construcción de nuestra realidad, y por ende, nuestros comportamientos.
Como psicóloga de formación y defensora de la importancia de llevar nuestros procesos basando nuestras relaciones en el respeto y el cuidado, he tenido el privilegio de acompañar a comunidades y organizaciones sociales de base comunitaria en el Valle de Aburrá. En estas experiencias, he aprendido que el cuidado no es solo una necesidad personal, sino un acto político en sí mismo. Reconocer y sanar nuestras propias heridas emocionales y psicológicas de vida, nos fortalece como activistas. Esperar construir un mundo más justo sin abordar primero nuestras propias vulnerabilidades y limitaciones, es injusto hasta con nostrxs mismxs.
La salud mental es entonces un pilar fundamental para el activismo. Cuando nos enfrentamos a las realidades injustas desde un lugar de autoobservación emocional, nuestra voz adquiere una fuerza desde la autenticidad. Este camino no es fácil ni lineal; es un viaje continuo de autodescubrimiento y crecimiento personal que nos desafía a integrar nuestras partes fragmentadas en una narrativa coherente y más humana.
En últimas, la desobediencia civil, como forma de activismo político y simbólico, se evidencia en la coherencia interna y la autenticidad. Es en esa introspección que logramos ejercer El Derecho a No Obedecer: levantar nuestra voz, aun cuando esto implique, incluso, asumir la responsabilidad de nuestro acto más honesto. Al enfrentarnos a nuestras propias sombras y darle el lugar a nuestras incoherencias, nos convertimos en activistas con una mirada más humana, que busca el cuidado colectivo y personal. No se trata solo de señalar hacia fuera, sino de abrir nuestras ventanas internas, para comprender que afuera también hay una proyección de nuestro inconsciente colectivo, que somos nosotrxs quienes al final sostenemos los sistemas de poder que nos oprimen.
Mi reflexión se escribe en el marco de un país atravesado por la violencia e invita a sanar heridas colectivas a nivel emocional, mental y corporal. Han sido muchos años en los que la desigualdad social en Colombia ha dejado huellas imborrables en los cuerpos y la psique colectiva de nuestro pueblo. Este llamado a la reflexión interna, al cuidado de nuestra salud mental, no es una distracción de nuestras luchas sociales; al contrario, es una invitación para crear un activismo desde el cuidado colectivo. Como ciudadanía comprometida con las causas sociales, debemos abrazar nuestra complejidad como seres humanos, para poder poner al servicio de las comunidades la construcción que hemos hecho de nosotrxs mismxs, recordemos que somos nuestros actos, no lo que decimos que vamos a hacer, y nuestros actos están mediados por nuestras creencias, por las experiencias previas y las emociones que estás nos generaron.